Pío Baroja y Nessi (1872-1956) es el gran novelista de la generación del 98. En su copiosa producción, aborda una serie de problemas vitales y existenciales y crea unos personajes cuyas preocupaciones reflejan, no sólo la problemática del autor, sino el vasto panorama ideológico de los hombres de su generación. Sus novelas constituyen una profunda observación de la vida.
Nació en San Sebastián y estudió medicina en Madrid, profesión que pronto abandonó para regentar una panadería y dedicarse a la literatura. En 1934 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua. Al iniciarse la guerra civil, huyó a Francia, de donde regresó en 1940.
Fue persona de carácter huraño y taciturno, celoso de su soledad, rebelde y sincero. En el terreno científico y filosófico, fue autodidacta, como la mayoría de sus compañeros de generación. Enemigo de cualquier dogma religioso, político o moral, en su ideología política pasó del anarquismo juvenil al escepticismo total, que le llevó a una concepción pesimista de la vida y del hombre, convencido de que la vida carecía de sentido.
Defiende la novela basada en la observación de la vida, lo que se traduce literariamente en numerosas descripciones de lugares y de tipos humanos que el autor saca de su propia experiencia. Sus novelas se desarrollan geográficamente en dos zonas principales: el País Vasco y Madrid.
Son obras con un carácter abierto, agrupadas en series, por lo general en trilogías:
En las novelas que se desarrollan en el País Vasco, abunda la gente de acción, aventurera y atrevida. Sus personajes se mueven constantemente enfebrecidos por la acción, que predomina sobre la profundidad psicológica. Las que se desarrollan en Madrid ofrecen una visión detallada y precisa de los personajes y de los sórdidos ambientes sociales de la capital y de su extrarradio.
Se ha hablado con frecuencia de la falta de unidad en sus novelas: eso es, en cierto modo, algo falso e injusto y demuestra un desconocimiento profundo de la obra barojiana. Esta ausencia de un plan prefijado es sólo aparente, pues Baroja quería que sus páginas ofrecieran la misma impresión de realidad que la vida, y la vida es, la mayoría de las veces, una sucesión de hechos incoherentes y sin sentido.
Baroja era un minucioso observador del mundo que le circundaba y, de esta observación, llegó a una conclusión pesimista que trasciende en sus novelas: la vida y el mundo carecen de sentido. Baroja refleja en su obra literaria el clima intelectual de la crisis finisecular de Europa: todas sus preocupaciones filosóficas y existenciales deben hermanarse con las de Friedrich Nietzsche y, sobre todo, con las de Arthur Schopenhauer.
El árbol de la ciencia
1911
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El árbol de la ciencia
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